Bartleby, el arquitecto
por Iñaki Ábalos
http://www.proyectando.com.ar/noticias/marzo07/7.htm
La sostenibilidad es el concepto de moda en la arquitectura actual. Una función que implica la suma de nuevos especialistas y técnicos en los equipos de arquitectos y constructores para lograr edificios que contemplen sus implicaciones ambientales, económicas y sociales. Teniendo todo esto en cuenta es necesario que la arquitectura examine qué es lo que realmente le interesa de esta noción, sin que merme en ello el sentido de lo estético.
La invasión "sostenible" como quintaesencia de la arquitectura ha inundado ya el lenguaje cotidiano
Cada década, aproximadamente, los arquitectos sufren la invasión de una palabra mágica ante la que muchos sucumben y a todos afecta en sus modos de trabajar. Todavía la cantinela de los edificios "inteligentes" no ha terminado de apagarse cuando la invasión "sostenible" como quintaesencia de la arquitectura ha inundado ya el lenguaje cotidiano y no hay concejal de urbanismo que no demande sistemáticamente una irreprochable sostenibilidad -eso sí, sin afectar a los presupuestos y sin poner en crisis el modelo de ciudad-negocio-. Los arquitectos se ven obligados a hacer encaje de bolillos y contribuyen a inflar de significados espúreos la palabra hasta vaciarla entre unos y otros de todo sentido.
En paralelo a estos abusos semánticos la aprobación del Código Técnico de la Edificación implica una modificación importante de las prácticas constructivas y un esfuerzo técnico por parte de los arquitectos y sus consultores, obligados si desean salirse de la estricta convención a reconsiderar las propias formas de trabajo, forzados a sustituir la "experiencia constructiva" por modelizaciones ambientales parametrizadas que implican la irrupción de físicos, ecólogos e ingenieros en el proceso proyectual, como hace unas décadas aparecieron los calculistas de estructuras e instalaciones.
Este desplazamiento desde lo mecánico a lo energético en el coro de expertos que acompaña a la antigua voz solista del arquitecto muestra con precisión el abandono de una concepción moderna de la arquitectura basada en la seriación modular y en la materialidad industrial por una concepción que algunos expertos como Sanford Kwinter no han dudado en denominar "termodinámica", para describir el abandono del modelo "tectónico" de conocimiento tradicional de la arquitectura (y su enseñanza) por una nueva concepción/enseñanza "biotécnica", capaz de dar al arquitecto instrumentos para pensar sus edificios como organismos vivos, entidades con intercambios energéticos permanentes con su entorno, dotados de un ciclo limitado de vida, una idea que a pesar de su tono un tanto mesiánico suscita cierta unanimidad al menos en los ambientes académicos, no sólo de España (el avance de esta idea en las universidades americanas -las últimas en llegar a la cultura ambiental posiblemente- es ahora mismo arrasador).
El problema surge al comprobar en qué vienen quedando las grandes palabras y sus buenas intenciones cuando la voz de los coristas se transforma en un ruido que empieza a apagar la del solista, azuzados por una industria de la construcción que ha comenzado por fin a ver negocio en la palabra mágica. A pesar de los esfuerzos de distintas instituciones del sector (ETSAM, CSCAE, CENER, etcétera) la sensación que dejan jornadas, congresos y seminarios es que sistemáticamente los ejemplos exhibidos componen un desfile de aparatosas prótesis de gadgets tecnológicos, convirtiendo en drag queens hi-tech edificios antiguos y malos las más de las veces. La banalización de la sostenibilidad que esta concepción seudotécnica y mercadotécnica implica aburre a los arquitectos y mucho más a los estudiantes, tanto como excita a los grandes consultings y a los políticos.
Este panorama ha hecho saltar la alarma roja en distintas instituciones norteamericanas con peso cultural y de prestigio que han decidido tomar cartas en el asunto y promover un debate serio, primero con sus consultores internacionales y luego en forma de seminarios, libros o exposiciones, con el objeto de interrogarse sobre la verdadera naturaleza arquitectónica y cultural de la sostenibilidad.
La idea central es sencilla: sólo ?si hay una verdadera idea de belleza escondida entre tanta retórica será posible que la sostenibilidad signifique algo y esté aquí para quedarse. La arquitectura debe dejar de doblegarse ante tanto aparato y preguntarse a sí misma qué es lo que le interesa de esta noción, introduciendo en el debate una dimensión estética. De momento una idea ha calado hondo en los primeros debates entre los expertos. La idea de que Bartleby, el personaje creado por Melville, y su famoso "preferiría no hacerlo" es quien mejor expresa la dimensión estética de la sostenibilidad cuestionando la necesidad misma de toda acción (una idea ya expresada hace años por Cedric Price que, aplicada con sentido común, hoy y aquí, nos habría ahorrado la brutal colonización de la costa española de la última década).
Se podrá decir que una idea así implica el suicidio de la arquitectura más que su renovación estética pero hay ejemplos como el del estudio francés Lacaton&Vassal que muestran que no es así. Formados en África -donde ecología y economía significan supervivencia- decidieron que "preferirían no hacerlo" ante el encargo de remodelar la plaza de Léon Aucoc de Burdeos (1996), agradable para sus usuarios y suficientemente urbanizada, dedicando parte del presupuesto a renovar su gravilla, reparar sus bancos, sustituir algún bordillo -¿por qué hay que hacer algo espectacular, qué culpa tienen los ciudadanos?, se preguntaban-. No era gran cosa pero la satisfacción de los vecinos era enorme, como lo es ahora años después, la de los artistas invitados a desarrollar sus propuestas plásticas en el Palais de Tokyo (2001), también remodelado por ellos, dejándolo prácticamente desnudo, disponible para la acción en vez de terminado y maquillado para ser contemplado y disputar el protagonismo al artista (invito a quien viaje a París a cruzar el Sena y visitar el mismo día el Palais de Tokyo y el Museo de Quai Branly donde la firma de Jean Nouvel ha logrado que haya colas para ver -o intentar ver- una colección interesante pero donde todas las decisiones, formalistas y banales, y su derroche ponen en evidencia una incomprensión o indiferencia obscena de las culturas que exhibe).
No por casualidad el rechazo ?hacia la manipulación tecnológica de la sostenibilidad implica un intento de volver a empezar desde el principio, de devolver una cierta naturalidad o normalidad al papel de la arquitectura y del diseño en la ciudad y la vida cotidiana. "Supernormal" es la palabra con la que el diseñador Jasper Morrison, junto con Naoto Fukasawa, promueve en el universo del diseño -seguramente todavía más afectado por la necesidad de originalidad, por la demanda de espectacularidad, que el de la arquitectura-, un entorno de objetos bien diseñados, a menudo anónimos y reconocibles, que muestran con intención educativa un ambiente vagamente familiar (la exposición Supernormal se inauguró el 9 de junio de 2006 en Tokyo y viajará esta primavera a Europa, comenzando su itinerancia en la Trienal de Milán). Aún está por construir un mapa creíble de la sostenibilidad pero no hay duda de que otras dimensiones ya ensayadas han agotado su credibilidad. Es tiempo para Bartleby como arquitecto, y todo el aparato académico-cultural se ha puesto a ello.
Iñaki Ábalos es arquitecto y consultor del Centro Canadiense de Arquitectura para temas de sostenibilidad.
http://www.proyectando.com.ar/noticias/marzo07/7.htm
Los escépticos del cambio climático arremeten contra el ecologismo
http://www.elmundo.es/elmundo/2009/03/10/ciencia/1236674378.html
Phelim McAleer, al presentar ayer su documental ‘No malvado, sólo equivocado’, en contra de Al Gore. C. F.
José María Aznar canceló a última hora su intervención en la polémica reunión El protagonista de la cita fue el presidente de la República checa, Vaclav Klaus
Carlos Fresneda Nueva York
Actualizado martes 10/03/2009 19:53 horas
«José María Aznar, ex primer ministro de España, ha cancelado su intervención prevista»... El programa de la segunda conferencia internacional de escépticos del cambio climático no daba ayer más explicaciones para justificar la notoria ausencia, aunque el flanco político estuvo vehementemente representado por el checo Vaclav Klaus, presidente rotatorio de la Unión Europea, que lanzó en Nueva York su proclama incendiaria contra «la ideología del ecologismo».
«Los ecologistas hablan de salvar el planeta», recordó Klaus. «Y yo me pregunto: ¿salvarlo de qué y de quién? Una cosa es cierta: tenemos que salvarnos de ellos si queremos salvar el planeta». El presidente checo descartó las energías renovables como «equipamientos improductivos movidos por el viento, el sol y similares», afirmó que no existe «una relación fija y estable entre las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y el aumento de las temperaturas» y aseguró que la clave está en la libertad de mercado y en «la capacidad de adaptación de la Humanidad».
Unos 1.000 escépticos del calentamiento global se calentaron con Vaclav Klaus en el Marriott Marquis de Times Square, donde confluyen estos días 70 expertos que intentan responder a la pregunta: «Cambio Climático: ¿ha sido realmente una crisis?»
«La crisis ha sido cancelada por la ciencia y por el sentido común», aseguró Joseph Bast, organizador del encuentro y presidente del Heartland Institute (que hasta el 2006 estuvo en gran parte financiado por Exxon Mobil). El Cato Institute, la Heritage Foundation y otros think tank conservadores arrimaron el ascua... La de Aznar no fue la única deserción. El físico Russell Seitz y el científico atmosférico John Christy también decidieron no sumarse este año al cónclave para eludir el peligro por asociación. Sí se dejó caer sin embargo Jack Schmitt, el último astronauta en poner el pie en la Luna. «Es ridículo hablar de un consenso en que los humanos estamos causando el calentamiento global», dijo. «Lo único cierto es que la alarma global está siendo usada como herramienta política para aumentar el control del Gobierno sobre las vidas de los americanos».
Eco-Cordura, Clima de Extremos o Planeta Azul con Grilletes Verdes (ejemplares firmados por Vaclav Klaus) fueron los libros calientes de la cumbre, en la que asistimos al avance del documental Not Evil Just Wrong (No malvado, sólo equivocado), del irlandés Phelim McAleer, empeñado en rebatir las «mentiras de Al Gore».
«Los combustibles fósiles son buenos para la salud y para la prosperidad, y son la única manera de sacar a la gente de la pobreza. Así hemos avanzado en los países industrializados y esa va a ser la única vía para los países pobres. Lo que propone Al Gore y lo que ahora abandera Obama no es una solución realista... Vamos a ir de cabeza de la recesión a la depresión», aseguró Phelim McAleer.
http://www.elmundo.es/elmundo/2009/03/10/ciencia/1236674378.html
¡Es la economía, ecologistas!
por LUIS FERNÁNDEZ GALIANO
http://www.elpais.com/articulo/arte/economia/ecologistas/elpbabart/20060513elpbabart_12/Tes
El continuado incremento del precio del petróleo —más impulsado por la multiplicación de la demanda que por ocasionales crisis de la oferta— abre un periodo histórico de carestía energética que estimulará el ahorro y las fuentes alternativas, invitando a reflexiones nuevas en el terreno de la arquitectura y el urbanismo sostenibles. (Foto: Chad Ehlers/ Alamy)
No hay ecología sin economía. Más allá del parentesco etimológico, que sitúa ambas ciencias en una casa común, y que remite su logos y su nomos al compartido oikos de nuestra residencia en la tierra, la ciencia verde es inconcebible sin la ciencia triste. Contempladas desde la óptica ‘fieramente humana' de la arquitectura, la naturaleza habitada y el artificio del mercado se entretejen como la urdimbre y la trama. Sin embargo, es frecuente abordar los temas ambientales pasando de puntillas por el áspero territorio del cálculo monetario, voluntariamente ignorando o menospreciando que la mayor parte de las decisiones que configuran el mundo se toman en ese marco. Por esta razón al menos, los que desean una arquitectura y un urbanismo sostenibles deberían tener siempre presente el recordatorio imperativo que el politólogo James Carville fijó en la agenda de campaña de Bill Clinton durante las elecciones de 1992, y que desde entonces se ha convertido en un latiguillo del debate americano. “¡Es la economía, estúpido!” Desdeñarla sólo conduce a la inoperancia y a la frustración.
Los arquitectos no hablan hoy de sostenibilidad porque se hayan convertido solidariamente al credo verde; lo hacen porque el petróleo está caro. Esta subordinación de las ideas a los hechos no es un caso censurable de oportunismo, sino un mecanismo legítimo de adaptación a un mundo cambiante, necesario para procurar la supervivencia evolutiva de los grupos sociales y de sus miembros. [La constatación marxiana de que la conciencia sigue a la experiencia, más bien que al contrario, es desde luego una crítica del idealismo filosófico, una expresión de la naturaleza interesada del conocimiento, y una denuncia del carácter fantasmagórico e intoxicante de la ideología, pero a la vez una descripción puntual del aprendizaje adaptativo.] El actual fervor por la arquitectura ecológica reproduce fielmente el de los años setenta, aunque con algunas variaciones significativas. Como entonces, está impulsado por los shocks petrolíferos, que en 1973 y 1979 sacudieron las bases energéticas de la economía; pero a diferencia de lo ocurrido en aquella década, la conciencia verde contemporánea se produce —por ahora— en un contexto de crecimiento económico y boom inmobiliario, donde la guerra fría ha sido reemplazada por el conflicto con un mundo musulmán pródigo en reservas de petróleo y gas, y en un planeta que ve emerger gigantes como China o India con demandas colosales de combustibles fósiles, mientras la creciente carestía energética no impide el incremento de las emisiones gaseosas que provocan el calentamiento global.
En este marco geopolítico puede desde luego razonarse que los edificios y las ciudades son responsables de la mayor parte del consumo de energía, ya que si agregamos el gasto de la climatización, la iluminación y el transporte al coste energético de la construcción —sea de edificios o de infraestructuras urbanas o territoriales—, cualquier metodología de cálculo arrojará un resultado holgadamente superior al 50 por ciento. Sin embargo, suponer por ello que arquitectos y urbanistas son protagonistas inevitables de los dilemas energéticos que abre la actual crisis (en su doble dimensión de carestía e impacto climático) es un espejismo sin sentido. Las grandes decisiones que van a configurar nuestro futuro se tomarán en el ámbito macroeconómico, con el telón de fondo de las pugnas pacíficas o bélicas de los estados por la energía, las materias primas y el agua, y en ausencia —a corto o medio plazo— de una gobernanza global que pueda dirimir conflictos o velar por la estabilidad del sistema. [En este panorama de inestabilidad parcialmente autorregulada es fácil pronosticar mudanzas en los flujos demográficos y las formas de ocupación material del territorio provocadas por las mutaciones políticas y económicas, pero sería insensato especular con su magnitud y aun con su sentido, insertándose como lo hacen en un paisaje de incertidumbre técnica y climática.]
Si se comparan con la ingenuidad resistente y alternativa de las casas solares de los años setenta, con su mitificación post- hippy de la artesanía, su defensa preindustrial de la utopía autónoma, y su fascinación ludita por todo lo primitivo, la cosecha contemporánea de sostenibilidad edificada tiene el sabor inequívoco de la prosperidad alambicada, la burocracia normativa y el simulacro simbólico: Robinson Crusoe ha sido sustituido por el tecnócrata. La construcción sostenible es hoy un sector en auge, que tiene sus propias ferias y congresos, sus propias revistas y sus propios premios, un sector alimentado por las exigentes normativas y generosas subvenciones de la administración, y un sector que procura compensar sus minusvalías estéticas con rankings, homologaciones y etiquetados verdes cuya aura ética pueda otorgar legitimidad social y visibilidad pública a sus autores y a sus obras. Reforzado por la presencia de oficinas corporativas cuyas credenciales verdes son una simple prolongación de su sofisticación tecnológica, y por estudios que inscriben su trabajo en una perspectiva más social, este campo es hoy un heteróclito lugar de encuentro entre las burocracias profesionales y las exploraciones emergentes, pero todavía no un territorio disciplinar jalonado por certidumbres o convenciones.
Con eso y todo, resulta paradójico que la obra más citada como representativa de esta nueva actitud sea un rascacielos de oficinas neoyorquino, el edificio Condé Nast en 4 Times Square, un proyecto de Fox & Fowle que sirvió como prototipo para el desarrollo del código LEED (Leadership in Energy and Environmental Design), los estándares creados en 2000 por el United States Green Building Council; al margen de su deplorable resultado estético, el mero hecho de usar la alta tecnología del rascacielos como emblema de la arquitectura verde —por ejemplo, en la portada del suplemento de The Economist dedicado al tema en diciembre de 2004—, indica hasta qué punto las preocupaciones ecológicas se han infiltrado en la práctica habitual de la profesión, pero también en qué medida los recursos empleados para darles respuesta se ciñen a la utillería tecnológica y a la optimización de las instalaciones. Y es también un síntoma revelador de la colosal fuerza del marco económico en que se producen los edificios el que la sede de The New York Times en el mismo emplazamiento, con Renzo Piano de arquitecto y un compromiso explícito con la responsabilidad ambiental, debiera renunciar a la certificación LEED cuando tuvo que enfrentarse a los costes financieros de la construcción en Manhattan.
La economía, junto a la política, impone su ley de hierro a las decisiones técnicas y sociales, orientando con sus tendencias y pautando con sus ciclos la vida individual y colectiva. Los que acabamos la carrera en el verano de 1973 ingresamos en el ámbito profesional de forma simultánea a la guerra árabe-israelí de aquel otoño, que desencadenó la primera crisis del petróleo, y nuestras iniciales escaramuzas críticas y arquitectónicas estuvieron inevitablemente condicionadas por el clima de preocupación energética y el marasmo económico provocado por el encarecimiento de los combustibles; un entorno material e ideológico que se reforzaría en 1979 con la revolución iraní y la segunda crisis del petróleo, pero que se iría debilitando en años sucesivos para desvanecerse por entero en la segunda mitad de los años ochenta, con la caída en vertical del precio del barril y la aceleración del crecimiento económico. Esta situación se ha mantenido desde entonces, sin más sobresaltos que el producido en 1990 por la efímera invasión de Kuwait por Irak, alcanzando el petróleo en 1999 precios inferiores a los de 1974; en los últimos siete años, sin embargo, el barril ha multiplicado por siete su precio, impulsado por diferentes crisis en los países productores, y sobre todo por el colosal aumento de la demanda en las economías emergentes capitaneadas por China.
En este contexto de carestía energética —al que se ha sumado la constatación por los científicos del calentamiento del planeta— se abre paso una nueva conciencia ecológica, que retoma los asuntos y autores sepultados por las décadas de prosperidad, y que para los que hemos vivido la anterior etapa tiene el aroma narcótico del déjà vu y el sabor agridulce de las causas perdidas. Con más optimismo de la voluntad que pesimismo de la razón, la agenda verde se presenta como una renovada ética civil, pero a menudo deviene poco más que un instrumento de la corrección política en las relaciones públicas de los gobiernos, las instituciones o las empresas. Ignorante del sustrato político y económico de las decisiones ambientales o quizá dócilmente resignado a la impotencia frente a las fuerzas titánicas que modelan nuestro mundo, el etiquetado verde termina siendo un apéndice o una coartada que otorga la pátina de las buenas intenciones a la arquitectura y al urbanismo, dos actividades difícilmente separables de la violencia que ejercen sobre la naturaleza.
La construcción consume siempre recursos no renovables e incrementa la entropía del mundo. El arquitecto tiene un pacto fáustico con el despilfarro y el exceso, de manera que sólo sucumbe al síndrome verde cuando la economía entra en recesión, y entonces se transforma en un apóstol del crecimiento cero, la austeridad y la rehabilitación, para regresar al mesianismo demiúrgico y a los sueños titánicos apenas se recuperan el consumo y la inversión. En esta etapa de tránsito, con combustibles caros y economía en auge, la arquitectura sostenible es un cóctel de tecnología trivial que mezcla sensores térmicos, bombas de calor y placas solares con las recetas de toda la vida sobre iluminación y ventilación naturales, orientación y protección solar o aislamiento e inercia térmica. Pero si la cosa va a más, toda esta fantasía amable dejará paso al auténtico dilema: ¿construir o no construir? Porque al cabo la única arquitectura ecológica es la que no se construye, y el único arquitecto verde el que renuncia a incrementar la entropía del planeta. Mientras tanto, los arquitectos tenemos un interés más transparente que oculto en el crecimiento económico y en el auge oceánico de las obras públicas y de la construcción.
http://www.elpais.com/articulo/arte/economia/ecologistas/elpbabart/20060513elpbabart_12/Tes
Cambio climático / Energía y alimentos, dos temas cruciales
Cómo cambiará la Tierra a fin de siglo
El aumento global de la temperatura provocará el crecimiento de los desiertos y las tormentas, y hará subir el nivel de los océanos
Por Gaia Vince
New Scientist
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1106553
LONDRES.- Caimanes en las costas inglesas, un gran desierto en Brasil; las míticas ciudades de Saigón, Nueva Orleáns, Venecia y Bombay, perdidas, y el 90% de la humanidad desaparecida. Bienvenido a un mundo 4°C más cálido.
Nadie quiere este futuro, pero puede llegar a suceder. Si nuestros esfuerzos por controlar las emisiones de gases responsables del efecto invernadero fallan o si los mecanismos climáticos planetarios hacen aumentar la temperatura, algunos científicos y economistas están considerando no sólo cómo podrá ser el mundo del futuro, sino también cómo podría subsistir la siempre creciente población humana.
Sobrevivir con la cantidad actual de seres humanos, o incluso aumentarla, será posible, pero sólo si empezamos a cooperar como especie para reorganizar radicalmente nuestro mundo.
La buena noticia es que la supervivencia de la humanidad en sí misma no es un problema por considerar: la especie continuaría incluso si sólo un par de cientos de individuos se mantienen con vida. Pero para mantener con vida la población mundial, de alrededor de 7000 millones de personas, se requerirá una gran planificación.
Irreconocible
Un calentamiento promedio del globo de 4°C tornaría al mundo irreconocible. De hecho, la actividad humana tuvo y tiene un impacto tan grande que hay quienes propusieron describir el período que comenzó en el siglo XVIII como una nueva era geológica marcada por la actividad humana. "Se puede considerar como el Antropoceno", opina el ganador del premio Nobel y químico de la atmósfera Paul Crutzen, del Instituto Max Planck, Alemania.
Que la temperatura aumente 4°C es muy posible. El informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC, según sus siglas en inglés) de 2007, cuyas conclusiones se consideran conservadoras, predijo un aumento de entre 2° y 6°4C para este siglo. Y en agosto de 2008, Bob Waston, anterior presidente del IPCC, advirtió que el mundo debería trabajar en estrategias para "prepararnos para un calentamiento de 4°C". Según los modelos, podríamos encontrarnos con un aumento como ése para 2100. Algunos científicos creen que llegarían en 2050.
Si esto sucediera, las consecuencias para la vida en la Tierra serían tan terribles que muchos de los científicos contactados para hacer este artículo prefirieron no contemplarlas, y sólo opinaron que debemos concentrarnos en reducir las emisiones a un nivel en que tal aumento de temperatura sólo tenga lugar en nuestras pesadillas.
La última vez que el mundo experimentó un aumento de la temperatura de estas magnitudes fue hace 55 millones de años. En ese entonces, las culpables fueron las grandes áreas de metano congelado y químicamente aprisionado, que se liberaron del océano profundo en ráfagas explosivas que llenaron la atmósfera con alrededor de 5 gigatones de carbono.
Esto hizo que la temperatura aumentara unos 5 o 6°C: selvas tropicales aparecieron en las regiones polares libres de hielo, y los océanos se volvieron tan ácidos a causa del dióxido de carbono que hubo una gran reducción de la vida acuática. Los mares subieron hasta 100 metros por sobre el nivel actual y el desierto se extendía desde el sur de Africa hasta Europa.
Si bien los cambios exactos dependerán de cuán rápido se produzca el aumento de la temperatura y cuánto hielo polar se derrita, podemos esperar que se desarrolle un escenario similar. El primer problema sería que muchos de los lugares donde viven las personas y se produce la comida serán inutilizables.
El aumento de los niveles del mar (a causa de la expansión térmica de los océanos, el derretimiento de los glaciares y las grandes tormentas) inundaría las actuales regiones costeras con dos metros de agua, y, posiblemente, mucho más si el hielo de Groenlandia y parte de la Antártica se derritieran.
La mitad de las superficies del mundo están en el trópico, entre los 30° y los -30° de latitud, y estas áreas son particularmente vulnerables al cambio climático.
La India, Bangladesh y Paquistán, por ejemplo, tendrán monzones más cortos, pero más duros, con inundaciones todavía más desastrosas que las que sufren hoy en día. Pero como la Tierra estará más caliente, el agua se evaporará más rápido y causará sequías en toda Asia.
La falta de agua potable se sentirá en todo el planeta, con temperaturas elevadas que reducirán la humedad de la tierra en China, el sudoeste de los Estados Unidos, América Central, la mayor parte de América del Sur y Australia. Todos los grandes desiertos se expandirán, y el Sahara llegará justo hasta Europa central.
El retraimiento de los glaciares secará los ríos europeos desde el Danubio hasta el Rin, con efectos similares en otras regiones montañosas, como los Andes peruanos, las cadenas del Himalaya y Karakoram, que, como resultado, no abastecerán de agua a Afganistán, Paquistán, China, Bután, la India y Vietnam.
Todo esto llevará a la creación de dos cinturones latitudinales secos, donde será imposible vivir, según Syukuro Manabe, de la Universidad de Tokio, Japón, y sus colegas. Uno cubrirá América Central, el sur de Europa y norte de Africa, el sur de Asia y Japón. El otro, Madagascar, el sur de Africa, las islas del Pacífico, y la mayor parte de Australia y de Chile.
Los únicos lugares que tendrán suficiente agua serán las altas latitudes. "Todo en esa región crecerá a lo loco. Es allí donde se refugiará toda la vida -dice James Lovelock, antiguo científico de la NASA y creador de la teoría Gaia, que describe a la Tierra como una entidad autorregulante-. El resto del mundo será un gran desierto con algunos pocos oasis."
Población en retroceso
Si sólo una fracción del planeta será habitable, ¿cómo sobrevivirá nuestra gran población? Algunos, como Lovelock, son menos que optimistas.
"Los humanos estamos en una posición muy difícil, y no creo que seamos lo suficientemente inteligentes como para manejar lo que se viene. Creo que sobreviviremos como especie, pero la mortandad será enorme durante este siglo -opina el científico-. Al final de éste, la cantidad será de mil millones o menos."
Para sobrevivir, tendríamos que hacer algo radical: repensar nuestra sociedad no en términos geopolíticos, sino de distribución de recursos.
"Siempre pensamos que cada país tiene que tener comida, agua y energía para autosustentarse -explica Peter Cox, estudioso de la dinámica de los sistemas climáticos en la Universidad de Exeter, Reino Unido-. Tenemos que mirar el mundo y ver dónde están los recursos y entonces planificar la población, y la producción de comida y energía a partir de ellos."
Quitar la política de la ecuación puede parecer poco realista: los conflictos por los recursos seguramente aumentarán con el cambio climático, y los líderes políticos no dejarán su poder sólo porque sí. Sin embargo, sobreponernos a los problemas políticos puede ser nuestra única solución.
"Ya es muy tarde para nosotros", dice el presidente Anote Tong, de Kiribati, una isla que se está hundiendo en Micronesia, que programó migraciones graduales a Australia y a Nueva Zelanda. "Tenemos que hacer algo drástico para terminar con las barreras nacionales."
Incluso si se pudiera evacuar a toda la población mundial a Canadá, Alaska, Bretaña, Rusia y Escandinavia, ésta sería unas de las pocas regiones con acceso al agua, con lo cual serían valiosas áreas para la agricultura, así como los últimos oasis para muchas especies, con lo cual las personas tendrían que vivir en compactos edificios altos.
Vivir en tan poco espacio traerá problemas propios, dado que las enfermedades se contagian fácilmente en poblaciones hacinadas. Además, ya que el agua será escasa, la producción de alimentos tendrá que ser mucho más eficiente.
Este será seguramente un mundo mayormente vegetariano: los mares casi no tendrán peces, los moluscos se extinguirán; las aves de corral podrían tener cabida en los límites de las tierras cosechadas, pero no habrá lugar para que pasten los animales. El ganado se limitará a animales resistentes, como las cabras, que pueden sobrevivir con los arbustos desérticos. Una consecuencia de la falta de ganado será la necesidad de encontrar fertilizantes alternativos, una posibilidad sería utilizar los desechos humanos procesados.
En busca de energía
Proveer de energía a nuestras ciudades también requerirá algo de pensamiento aventurero. Se tendrían que utilizar paneles solares, principalmente, y complementarlo con energía eólica, hidráulica y nuclear.
Si utilizamos la tierra, la energía, la comida y el agua de manera eficiente, toda la población tiene una posibilidad de sobrevivir, siempre y cuando tengamos el tiempo y la voluntad de adaptarnos. Gran parte de la biodiversidad de la Tierra desaparecerá porque las especies no se podrán adaptar lo suficientemente rápido a las altas temperaturas, por la falta de agua, por la pérdida de ecosistemas o porque los humanos se la habrán comido.
"Puedes olvidarte de los leones y los tigres: si se mueve, nos lo habremos comido -opina Lovelock-. La gente estará desesperada."
El prospecto más terrorífico de un mundo 4°C más caluroso es que puede que sea imposible volver a algo parecido a la Tierra variada y abundante de hoy. Incluso más, la mayoría de los modelos están de acuerdo con que si se llega a este aumento de la temperatura, el alud del calentamiento no podrá detenerse y el destino de la humanidad es más incierto que nunca.
"Me gustaría ser optimista y creer que todos sobreviviremos, pero no tengo razones para hacerlo -opina Crutzen-. Para estar realmente a salvo, tendríamos que reducir nuestras emisiones de carbono un 70% para 2015. Actualmente estamos aumentándolas un 3% cada año."
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1106553
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